Editorial
La
fatalidad del destino humano es arribar al umbral del laberinto, lugar atestado
de señales que extravían; al seguirlas con la mirada los caminos brotan
inciertos en una inmensidad que aturde. Sólo nos queda empezar a caminar.
El
andar es escabroso cuando antes de ser mariposa se es apenas una oruga, la
pesadilla de Kafka que nos persigue en el tiempo, ese insoportable arrastrarse
perdido por las brechas de un camino ordinario que otros ya han recorrido. Cada
brecha es un abismo donde hemos de caer, pero cada abismo es un camino donde
nacen las heridas, costras que se forman en el vientre del capullo. En este
horrible lugar germina nuestro dolor, germina nuestra alegría, y el horizonte
se muestra como el claro que hemos seguir.
Las
alas se despliegan con el veneno de la costra, breve, efímera, no hay vuelo que
dure tres días, sólo queda la nostalgia del sueño de volar.
Amanece
la angustia de mirarse reflejada en el espejo, la figura del Minotauro que
contemplamos nos recuerda el revoloteo de las mariposas atrapadas en el
estómago, se carcomen de a poco, mientras el Minotauro sigue gimiendo en el
crepúsculo de los sueños.
El
Colectivo Mariposas en el Estómago surge de la necesidad de aprender a caminar
en el Laberinto, precisamente cuando Ariadna olvidó otorgarnos su hilo mágico,
y la oscuridad era tal, que los tropiezos nos llevaron a encontrarnos.
Buscadores frenéticos de claros en los bosques, no deseamos salir de la
oscuridad sin antes develar la imagen en el espejo. Ya no sabemos si somos
nosotros o el Minotauro que se refleja, en esta confusa dualidad de imágenes
sólo la literatura puede ayudarnos.
En
el laberinto habitan la presencia y la usencia de nuestros pensamientos,
convertidos en signos que pretenden develar la simbología del revoloteo de las
mariposas en el estómago, atrapadas por las paredes y envenenadas por la acción
de los jugos gástricos. Las obras más hermosas del pensamiento humano siempre
tienen ese toque de muerte necesario para significar el trasegar de la vida. No
hay un instante en el que el día y la noche sean uno solo en este mundo. El
tiempo nos recuerda que somos nada y los lugares que nada es el tiempo.
Si
hay algo en nuestras obras que valga la pena que perdure, es la palabra, sólo
ella nos permite caminar como humanos en el mundo. Seguramente no nos
diferencia en nada de los demás seres del planeta mas que en una cosa: nos hace
creer que pensamos.
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